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La casa vieja

Art-184
La casa vieja

 

Había en una calle una casa muy vieja, de casi trescientos años. Cada piso sobresalía mucho del inferior, y bajo el tejado habían puesto una gotera con cabeza de dragón; el agua de lluvia salía por sus fauces. Todas las otras casas de la calle eran nuevas y bonitas, con grandes cristales en las ventanas y paredes lisas; bien se veía que nada querían tener en común con la vieja.

En una de estas casas nuevas vivía un niño de coloradas mejillas y ojos claros y radiantes, al que le gustaba la vieja casa. Se entretenía mirando sus decrépitas paredes, y se pasaba horas enteras imaginando sus cuadros. En el segundo piso de la casa vieja vivía un anciano que vestía pantalones cortos, chaqueta con grandes botones de latón y una majestuosa peluca. Todas las mañanas iba a su cuarto un viejo sirviente, que cuidaba de la limpieza y hacía los recados. El anciano vivía completamente solo en la antigua casona. A veces se asomaba a la ventana; el niño lo saludaba entonces con la cabeza, y el anciano le correspondía de igual modo. Así se conocieron, y entre ellos nació su amistad. El niño escuchó a sus padres decir: - El viejo de enfrente parece vivir bien, pero está terriblemente solo.

El domingo siguiente el niño envolvió un soldadito de plomo en un pedazo de papel, salió a la puerta y le pidió al sirviente del anciano que se lo entregara. - Tengo dos soldados de plomo y le doy uno, porque sé que está muy solo- le dijo. El viejo sirviente entregó el soldado y volvió con el encargo de invitar al niño a visitarlo. El niño acudió, después de pedir permiso a sus padres.

Entró en la habitación donde estaba el anciano. -Muchas gracias por el soldado de plomo, amiguito mío -dijo el viejo. Y mil gracias también por tu visita. -En casa dicen -observó el niño- que vives muy solo. -¡Oh! -sonrió el anciano-, no tan solo como crees. A menudo vienen a visitarme los viejos pensamientos y ahora has venido tú. No tengo por qué quejarme. Entonces sacó del armario un libro de estampas y se lo mostró al niño - ¡Qué hermoso libro de estampas! exclamó el niño. El anciano tenía golosinas, manzanas y nueces que compartió con el niño.

El niño regresó a su casa feliz. Transcurrieron algunas semanas y repitió la visita. El anciano le mostró una caja que contenía muchas cosas maravillosas: una casita de yeso, un bote de bálsamo y naipes antiguos. El día pasó volando y el niño regresó a su casa. Transcurrieron varias semanas, llegó el invierno y el anciano murió. Algunos días después se celebró una subasta en la vieja casa, y el pequeño pudo ver desde su ventana cómo se lo llevaban todo.

En el solar que había ocupado la casa vieja edificaron otra nueva y hermosa, con grandes ventanas y al frente un jardín. Pasaron muchos años, y el niño se había convertido en un hombre que era el orgullo de sus padres. Se había casado, y, con su joven esposa, se mudó a la casa nueva construida sobre la vieja casona.

Un día en el jardín, observando cómo plantaba su esposa una flor, ésta se pinchó un dedo con un objeto que sacó del suelo. Era el soldado de plomo que él le había regalado al anciano, ¡cuántos años había permanecido enterrado! Le contó a su esposa lo de la vieja casa, sobre el anciano y el soldado que le había enviado porque vivía tan solo. -Es muy posible que sea el mismo soldado, lo guardaré como recuerdo de mi niñez y de ese anciano al que alegré siendo su último amigo.

 

Autor: Hans Christian Andersen